En palabras rojas
Lo sabíamos todos
pero disimulábamos por cortesía y educación. O tal vez, fuera porque nadie se
atrevía con su carácter seco y cortante, como una hoja de papel asesina.
Venía de buena
familia y había recibido una educación exquisita, digna del mejor emperador. Heredero
de una gran fortuna que había ido dilapidando, a velocidad de crucero, de
yates, de fiestas, de viajes, … su cuenta corriente estaba a punto de dejarle
sin palabras.
Aún
así no dudaba en malgastarlas para elogiar a las más bellas mujeres.
Dominaba el arte
del saber estar pero cada vez se sentía más observado en las frecuentes
reuniones sociales. Eso le hacía bajar la guardia y perder la seguridad y el
aplomo que le caracterizaban. Era entonces cuando él mismo evidenciaba sin
querer su delito.
- ¿Qué estáis “consternando”?
Por favor, si tenéis alguna “cítrica” decídmelo “añora”. “Grecias”.
Seguía vendiendo
algunas palabras de su vocabulario a buen precio.
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